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Simposium: el elevado arte de beber en la Grecia Clásica Simposium: el elevado arte de beber en la Grecia Clásica

En el mundo de la Atenas clásica existían los llamados Simposium (del griego sympósion ‘banquete’ o ‘beber conjuntamente, reuniones de camaradería alegradas e inspiradas por el vino y la conversación, de aire festivo, en las que tomaba cuerpo el fuerte componente social, de diálogo y comunicativo de la cultura griega clásica: las grandes pasiones, el amor y la política eran los grandes temas de estas reuniones sociales amenizadas por el vino.

Por Cèlia Rodríguez, 12 nov 2023 1 minuto de lectura

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Créditos: Wikimedia Commons.

Así, el Simposium era toda una institución en la vida ciudadana griega: se celebraban en casas privadas de alguien de cierta posición social, en unas salas grandes llamadas Andrón —reservadas solo para hombres—, en el centro de las cuales se colocaba la comida y unas vasijas llamadas cráteres que contenían el vino que se iría bebiendo a lo largo de la velada (vinos que, por cierto, se mezclaban con agua, hierbas aromáticas y miel porque son distintos a los grandes vinos de los que disfrutamos hoy en día).

Tras la comida y bajo la inspiración del vino y del dios Dionisio, los asistentes, situados en torno a la mesa y reclinados sobre triclinios (klinai), daban pasado a entretenimientos varios: alternaban el coloquio, las reflexiones, juegos y bailes, una ociosidad espoleada desde el estímulo y la erudición y amenizada por el espíritu colectivo de compartir y de beber moderadamente.

El amplio sentido de la moderación

Y es que una de las claves de los Simposium era la moderación. Tal y como recoge el estudioso Carlos García Gual en su libro Simposios y banquetes griegos. Diálogos de amor, vino y literatura, esta era la regla en forma de verso recogida por Eubulo:

«Sólo tres cráteras mezclo para los que son sensatos: trae salud la primera, la que se apura al comienzo. La segunda es de amor y placer. La tercera, de sueño. Y al tomarla los invitados sagaces regresan a casa. En la cuarta ya no ejerzo dominio, es de la insolencia. La quinta es del jaleo. La sexta, de los bailes callejeros. La séptima de los ojos morados. La octava de los alguaciles. La novena, de la cólera. La décima, del frenesí. La undécima, del delirio, que le derriba a cualquiera. Y si llenas muchas veces la misma copa aunque sea pequeña, acabará por echarte la zancadilla».

De hecho, en un estudio publicado por Kathleen Lynch, arqueóloga de la Universidad de Cincinnati, y Richard Bidgood, sus autores calcularon que la capacidad media de cada recipiente en el que servía el vino —entre ellos, los Kylix o Skyphos, que tenían forma de pequeño cuenco y asas en los costados— contenía el equivalente actual de una lata, y que cada crátera contenía podía contener bebida para varias rondas de un grupo de tamaño moderado. La idea era que nadie tuviera la sensación de que se incurría en excesos.

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Cèlia Rodríguez
Cèlia Rodríguez

Responsable de Comunicación en Insolity. Trabajando en el cada día sorprendente sector del vino y los destilados desde 2008. 

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